lunes, 19 de mayo de 2008

Desde mi terraza

El otro día, mientras esperaba al lado del coche, alcé la vista y la vi en su terraza. Tiene apenas trece años y no se parece en nada a mí, en nada excepto en la postura. Yo también me sentaba en el suelo de la terraza de mis padres, a mirar el mundo, un pedazo de cielo, la copa de tres cipreses y el tejado del edificio de enfrente. Yo fumaba mientras maldecía, o fumaba mientras lloraba, o no fumaba pero pensaba, quizás en algo profundo y metafísico, con unos cuantos años más que ella, que probablemente sólo estaba sentada en su terrraza porque estaba aburrida.
No importaba si estaba lloviendo o hacía frío y yo estaba en camiseta, a veces helarme era lo único que me parecía real. La solanilla de mi madre me acompañaba desde su maceta, silenciosamente. Durante años fuimos cómplices, vimos amanecer y atardecer desde esa terraza, al pie de los recuerdos...

No he perdido esa costumbre. La terraza es otra, mi perspectiva del mundo diferente, otro pedazo de cielo, la copa de otros tres cipreses y el tejado de otro edificio enfrente. El año pasado, mi madre me trajo la solanilla porque iba a deshacerse de algunas macetas... Sentada en el suelo de mi terraza, sus flores me acompañan en silencio. Lo único profundo y metafísico que se me ocurre pensar es que no hay casualidades. El resto, está todo pensado...

1 comentario:

María Martín Titos dijo...

LA CASUALIDAD NO EXISTE, LAS COSAS PASAN PORQUE TIENEN QUE PASAR.