Pena, penita, pena...

Ayer el jurado del concurso de poesía infantil "El Principe Preguntón" falló a favor de otro, estoy acostumbrada. Es una penita pequeña de sabor agridulce que sólo ha conseguido arrancarme una mala mueca, una sonrisa torcida de resignación, de decepción, de "ya lo sabía"... Y es que ya lo sabía, desde el momento en que llevé el sobre con mis cinco copias, desde el momento en que decidí que éste sería mi último concurso de nuevo, en ese mismo momento ya había ganado otro.

Yo no sé mucho del mundo de la literatura, no conozco en persona a ningún autor renombrado, o sin éxito, yo sólo sé lo que imaginamos todos de ellos... Seres extrambóticos, espérpenticos, maniáticos, rotos por dentro, adictos al café y a escribir en las servilletas de los bares, a mirar por encima y bajo el hombro, aficionados a lamerse el orgullo entre sí como gatos en celo porque por imaginarlos yo me los he imaginado toda la vida como eso, como felinos dueños de la noche, de la luna, de las estrellas, de ese mundo que hay bajo la piel cuando dormimos. Los he envidiado toda la vida, toda la vida queriendo ser gato. Normal que gane otro... Los gatos son gatos porque lo son, no porque quieran serlo.

"Luberta" volverá a casa entre el 4 de mayo y el 31 de julio, que es el plazo que han puesto para recoger los originales, y yo la recibiré con los brazos abiertos y sin angustias. Al fin y al cabo, felino o no, es criatura mía y la amo...